La «estrella de Tabby» o una posibilidad remota de detección de alta ingeniería extraterrestre
La estrella KIC 8462852, situada a 1500 años luz de nosotros y en la constelación del Cisne, tiene un nombre anodino y un brillo débil. Es una de las estrellas que ha monitorizado el telescopio espacial Kepler (NASA) lanzado en 2009 para la búsqueda de planetas alrededor de otras estrellas, lo que denominamos actualmente planetas extrasolares o exoplanetas [1].

Las siglas KIC responden al acrónimo inglés de Kepler Input Catalog, una base de datos pública de más de 13 millones de estrellas estudiadas por este telescopio espacial en una pequeña zona de la constelación antes citada. El telescopio tiene como finalidad encontrar muy pequeñas variaciones en la luz de las estrellas que delaten el tránsito de un posible exoplaneta por delante de su estrella. A día de hoy, este telescopio ha descubierto 4496 candidatos a exoplanetas, y confirmado —las medidas se han repetido y comprobado— nada menos que 2335 mundos alrededor de lejanas estrellas (entre los 400 y 1500 años luz), de los cuales 21 se encontrarían en lo que los astrónomos llaman zona de habitabilidad: aquella en donde se sitúa el planeta y se puede dar la vida.
Aunque el telescopio empezó a fallar en 2013, la posibilidad de mantenerlo operativo gracias al ingenio de los operadores de misión (en lo que se llama misión extendida K2) ha hecho que descubra 520 candidatos a exoplanetas más, de los que hasta ayer se habían confirmado 148.
Es decir, en poco menos de 25 años, hemos pasado de conocer solo la existencia de planetas en nuestro sistema solar, los que estudiamos en el colegio, a conocer la existencia de varios miles alrededor de otras estrellas de nuestra galaxia, un buen número de ellos parecidos a la Tierra y algunos situados en la zona adecuada para que se pueda desarrollar o mantener la vida tal cual la conocemos, eso sí, si se dan las circunstancias adecuadas.
Pero entre todos estos descubrimientos de nuevos mundos que se están produciendo vertiginosamente, hay uno en especial que ha captado en varias ocasiones la atención de los científicos y sobre todo de los medios de comunicación de masas, y es precisamente la estrella que nos ocupa.
Pequeñas variaciones en el brillo registrado por el telescopio espacial Kepler llamaron la atención de la iniciativa «Planet Hunters», que trata de hacer «ciencia ciudadana» para descubrir nuevos exoplanetas, esto es, facilitar datos en bruto a todos aquellos voluntarios que quieran colaborar en la detección de exoplanetas —siempre de acuerdo con unas normas— y aportar así su granito de arena a la ciencia.
La astrónoma estadounidense Tabetha Boyajian [2] en septiembre de 2015 era una estudiante posdoctoral de la universidad de Yale (EE.UU.) que estudió las variaciones de luz de esta estrella, una estrella de la secuencia principal de tipo espectral F3, pues podrían revelar la presencia de uno o varios planetas. En un artículo publicado por la Cornell University, junto con otros investigadores, describía el extraño comportamiento de la estrella.

Varias hipótesis saltaron a los medios, desde la presencia de numerosos cuerpos como podrían ser una nube de núcleos cometarios, un planeta fragmentándose, un extraño disco de acreción, hasta la posibilidad de que nos encontráramos ante una megaestructura alienígena: una esfera de Dyson.
Estas hipotéticas estructuras, propuestas por el físico Freeman Dyson en la década de 1960, consisten en grandes obras de ingeniería que desarrollarían civilizaciones más inteligentes que la nuestra para extraer energía de sus estrellas. Rápidamente se empezó a denominar coloquial y mediáticamente a esta estrella como «estrella Tabby» en honor a la astrónoma que se centró en su extraño comportamiento en la curva de luz.

SETI, el instituto científico de búsqueda de inteligencia extraterrestre de fama mundial [3], pasó a escanear la estrella en frecuencias de radio buscando posibles mensajes enviados al espacio recientemente (en realidad hace unos 1500 años), pero, de momento, todas las frecuencias de radio estudiadas no han devuelto ningún resultado positivo [4].
Al comportamiento ciertamente desconcertante en sus pequeñas bajadas de brillo durante períodos cortos de brillo de forma irregular durante casi los últimos dos años, se une la detectada el pasado viernes 19 de mayo, que ha llegado al 3 % del valor del de la estrella.
Varios telescopios, algunos de los más importantes a nivel profesional, se han unido al estudio de esta estrella para determinar la variación en su período de brillo principal, que podría responder a la presencia de un cuerpo principal de origen planetario de unos 750 días de revolución. Aun así, son de difícil explicación los otros cambios. Es más, con estudios fotográficos del último siglo, se ha concluido que la caída de brillo de la estrella ha sido de hasta un 20 %, lo cual aún resulta más inexplicable para una estrella en su estado de evolución, un período tranquila para este tipo.
Lo cierto es que varias hipótesis, todas ellas por comprobar, se han puesto sobre la mesa, y la que más ha atraído la opinión pública sería lógicamente la de una construcción de una megaestructura que delatara la presencia de seres inteligentes trabajando en una gran obra de ingeniería en su sistema solar.

Es fascinante que, en pocas décadas, pasemos de conocer solo un reducido número de planetas vecinos al nuestro a encontrar miles e, incluso, nos planteemos —aunque sea de forma muy remota— la posible detección de seres inteligentes habitando uno de ellos.
Recordemos que en ciencia parece prevalecer el principio metodológico atribuido al franciscano Guillermo Ockham del siglo XIV: en igualdad de condiciones, la explicación más sencilla suele ser la más probable —aunque no necesariamente la verdadera—.
[1] https://www.nasa.gov/mission_pages/kepler/main/index.html