Cuatro eclipses de Sol y una canción desesperada
En unas horas se produce una Luna nueva. Pero esta Luna no es la de una lunación más; en esta ocasión, el Sol, la Tierra y nuestro satélite se alinearán en el espacio de una forma perfecta, provocando que la sombra de la Luna caiga sobre la Tierra en algún lugar de nuestro planeta.
En esta entrada, os hablo brevemente de mis experiencias en cuatro diferentes eclipses de Sol, a pocas horas del gran eclipse total de Sol de 2017, que será visible desde una franja de unos 200 kilómetros de anchura que cruza todo el país de EE.UU. y donde hay desplazados un buen número de amigos y conocidos, que seguro disfrutarán de un gran espectáculo celeste.
Para aquellos que habéis vivido una experiencia observacional de un eclipse de Sol, espero que estas líneas os hagan revivir los recuerdos y, para aquellos que nunca lo hayáis presenciado, espero que os animen en una próxima ocasión a observar uno.
No recuerdo muy bien las fechas de cuándo intenté observar mi primer eclipse de Sol. Recuerdo, eso sí, que fue un eclipse parcial y que me encontraba empezando mis estudios de bachillerato en el IES Francisco Ribalta de la capital de la Plana —donde unos pocos años después participaría en la creación del primer observatorio astronómico de un centro de enseñanzas medias (IES) de la Comunidad Valenciana—. Recuerdo también que me lo perdí por las nubes presentes en la ciudad de Castellón, que impidieron verlo en gran parte de nuestras comarcas, pero, sobre todo, por estar hospitalizado por una lesión escolar desde el día anterior.
No hubo que esperar muchos años, quizás una década, para que pudiera observar y fotografiar por primera vez otro eclipse parcial de Sol visible desde las cercanías de mi ciudad; en este caso, era mayo de 1994 y, aunque mis medios no eran especialmente los más indicados, con ayuda de un teleobjetivo de 200 mm, una sencilla cámara con película de media sensibilidad y con un juego de filtros de objetivo Cokin, conseguí atenuar la luz del Sol eclipsado de forma parcial cerca de su puesta y cuya mejor imagen os presento en esta entrada.
Contrariamente a lo que el público suele pensar, los eclipses solares son por término medio más habituales que los eclipses lunares; el problema es que los solares se observan desde lugares geográficamente más pequeños [1].
Hoy en día, es posible encontrar multitud de información sobre los eclipses de Sol y Luna en Internet. Desde fuentes de divulgación como Wikipedia, hasta fuentes con rigor científico de organismos oficiales, como el Instituto Geográfico Nacional, Institutos de Astrofísica (IAA, IAC, etc.), organizaciones caza-eclipses científico-divulgativas [2] y, por supuesto, y a pocas hora de un eclipse total en EE.UU., en la propia Agencia Espacial Estadounidense (NASA) en https://eclipse2017.nasa.gov/
En este enlace, tenéis una basta información sobre el fenómeno, así como las posibilidades de seguirlo en vivo desde diferentes campamentos de la NASA a lo largo de la línea de totalidad, desde dos jets en el aire y desde la Estación Espacial Internacional (ISS), donde se puede apreciar como la sombra de la Luna recorrerá todo el país.
Pero en 1994 cuando fotografié mi primer eclipse parcial de Sol, el sistema operativo para ordenadores domésticos Windows 95 aún no había visto la luz; tener un ordenador personal no estaba al alcance de todos e Internet (WWW) daba sus primeros pasitos tímidos con conexiones telefónicas cuyas velocidades nos ruborizarían hoy día.
Sin embargo, la información de que en 5 años se produciría un gran eclipse total de Sol en Europa, con un índice de parcialidad apreciable en nuestro estado, era una información que ya obraba en manos de todos los que éramos estudiantes o aficionados a la astronomía. En las revistas especializadas y en los congresos y jornadas, se hablaba de las experiencias de las expediciones para ver eclipses totales de Sol y del que tendríamos la posibilidad de observar en agosto de 1999 si nos desplazábamos a las cercanías de la capital de nuestro país vecino, Francia.
En la memoria, el eclipse de México de julio de 1991 que muchos seguimos por televisión (TVE1) en directo y que tuvo una duración de la totalidad de casi 7 minutos, cerca de los límites de la duración máxima de un eclipse. Sin embargo, en 1999, la duración de la totalidad, el clímax de todo eclipse total, solo duraría apenas dos minutos —una tercera parte del de México— según la ubicación europea elegida.
En 1998, un grupo de conocidos y amigos de la Sociedad Astronómica de Castellón empezamos a trabajar en la organización del viaje a Hungría, cerca de Rumanía, donde se produciría la centralidad y máxima duración. El lugar que elegimos tras barajar varias ubicaciones no distaba mucho del elegido por muchas otras expediciones españolas: la zona del lago Balatón. Las comunicaciones y facilidades de transporte han evolucionado mucho en estos veinte años, y para la veintena de compañeros que nos desplazamos a Hungría suponía un viaje con cierto componente de aventura; al fin y al cabo, para reducir costes, solo hicimos las reservas de vuelos, hoteles y alquiler de un autobús con intérprete para el día del eclipse.
Aunque el día de mi primer eclipse total de Sol amaneció lloviendo en Budapest, gracias a la pericia de nuestra traductora y de nuestro chófer, conseguimos nuestro objetivo desplazándonos a toda prisa con el autobús por la línea de totalidad para acabar en la localidad de Simontornya, y la fotografía adjunta es una buena prueba de ello, en unos años en los que, con una cámara, solo podríamos hacer 36 fotografías y no conocer su resultado hasta la vuelta a España y proceder a su revelado.
No voy ni a intentar describir las sensaciones cuando se está bajo la sombra de la Luna en pleno día, es espeluznante y lo cierto es que engancha y mucho.
Dentro de mis modestas posibilidades, el otro el eclipse total de Sol al que me podría desplazar era a uno que cruzaría el Mediterráneo y que en España también se vería con un alto índice de parcialidad, sin embargo, su franja de totalidad, como se puede ver en el mapa, pasaba por África, Turquía y se adentraba en Asia, pero para eso aún faltaban 7 años.
Antes, en octubre de 2005, íbamos a disfrutar de un eclipse anular de Sol, perfectamente visible en España. La línea de anularidad entraba por Galicia y salía por Alicante. Desde Castellón era acusadamente parcial y, con solo trasladarnos un par de centenares de kilómetros, viviríamos uno de esos eclipses de Sol «raros». Y es una pena, porque, si la Luna se hubiera encontrado en un momento más cercano en su órbita alrededor de la Tierra, habríamos tenido un eclipse total de los grandes, pero, en esta ocasión, nos tuvimos que conformar con un anillo de fuego alrededor de la Luna, lo cual tampoco está nada mal.
Además 2005 ya ofrecía unas tecnologías de comunicación excelentes y los beneficios de la era digital y la popularización de métodos de observación mucho más espectaculares, como, por ejemplo, el uso de telescopios H-alfa para seguir la parcialidad viendo las protuberancias —si las había—. Un resultados lo podéis ver en esta entrada; especialmente orgulloso me encuentro de la multiexposición (en un solo fotograma) de casi todo el eclipse, con mi cámara analógica Nikon F70 y película diapositiva 400ISO.
El lugar elegido de la franja de anularidad fue en la provincia de Cuenca, no muy lejos de los restos arqueológicos de la localidad de Saelices, un lugar de meseta de amplia visibilidad y expectativas de nubes mucho mejores que en la costa mediterránea.
El eclipse total de Sol de marzo de 2006 fue un eclipse multitudinario. Si muchos de mis conocidos y compañeros nos bautizamos bajo la «Luna negra» en el eclipse de 1999 trasladándonos por Centroeuropa, este requería desplazarse a Turquía o Libia, donde muchas expediciones amateurs españolas fijaron sus destinos.
En esta ocasión, elegí un eclipse diferente; elegí exponerme a las sensaciones de la Luna negra en medio del mar Mediterráneo, tal y como había deseado y envidiado de joven en más de una ocasión leyendo la prestigiosa revista de divulgación astronómica Sky & Telescope con motivos de eclipses totales en el Pacífico, y embarcarme en uno de los cruceros fletados para la observación del evento en el Mediterráneo.
El Costa Fortuna me llevó, junto a 3500 personas, a algún lugar del Mediterráneo, donde disfruté del doble de duración de totalidad que en 1999 y viví una nueva sensación bajo la sombra de la Luna, rodeados de grupos de americanos, japoneses, franceses, belgas y, por su puesto, italianos por el origen de la naviera.
Cuatro experiencias muy diferentes, que, desde el 2006, se transforman en una canción desesperada por volver a estar bajo la Luna negra unos minutos. ¡Suerte con vuestro próximo eclipse y que las nubes no os acompañen!
Referencias:
[1] Cuando se trata de eclipses totales, que son los que más llaman la atención por hacerse de noche durante el día, solo se ven desde una reducida franja de hasta algo más de 200 kilómetros de ancha y varios miles de kilómetros de larga. En el caso de ser parciales, o totales pero fuera de la franja de totalidad, la zona geográfica de visibilidad es mucho más extensa, pero el fenómeno puede pasar inadvertido por no notarse especialmente la caída de luz solar, excepto en las zonas cercanas a la franja de totalidad si se trata de un total. Además, durante la parcialidad, precisamos de medios especiales para observar el Sol, como filtros especializados, que, aunque levanta la curiosidad de muchos ciudadanos, para otros, resulta poco curioso, al no notarse efecto alguno destacado en el entorno. Los eclipses de Luna, por el contrario, en el caso de ser totales, son visibles en prácticamente todo el hemisferio terrestre nocturno y llaman poderosamente la atención, al poderse observar a simple vista sin medio alguno, volverse nuestro satélite de un color llamativamente rojizo claramente visible a simple vista y aumentar la oscuridad nocturna mientras dura el máximo del eclipse. En el caso de ser parciales, los eclipses de Luna siguen siendo visibles en todo el hemisferio nocturno y, a diferencia de los parciales de Sol, también resultan más llamativos, pues el mordisco lunar es visible a simple vista durante las horas que dura el fenómeno astronómico, lo que rompe el aspecto habitual de nuestro satélite en fase de Luna llena, que, además, tampoco requiere ninguna preparación para su observación.