Una cámara de fotos
Corría el año 1997, creo recordar, y un servidor dedicaba sus fines de semana libres y vacaciones a fotografiar el cielo estrellado. Si el lector se dedica a la fotografía astronómica amateur, ya sabe de lo que hablo y esbozará una sonrisa; si, por el contrario, no conoce la fotografía astronómica —y menos la que se realizaba por aquel entonces, hace unos 20 años—, le va a parecer una afición, cuanto menos, curiosa.
Llevaba algún tiempo luchando con la astrofotografía, siguiendo los pasos de maestros como Josep Mª Esteve y Miquel Casas (Aster, Barcelona), entre otros. Situémonos: la telefonía móvil empezaba tímidamente a eclosionar, y los pendrives, tablets, smartphones y PDA no se sabían qué eran; el DVD había hecho recientemente su aparición estelar, y las conexiones de RDSI a 128 kilobytes por segundo eran la estrella de la función.
El telescopio del que disponía es exactamente el mismo con el que estoy realizando las imágenes que podéis ver en mi cuenta de Facebook o en la sección de Galería del presente Blog: un reflector de tipo Newton de la casa americana CELESTRON de 150 mm de diámetro y 750 mm de distancia focal. Esto lo convertía en un telescopio «rápido» para fotografía, con una relación focal de f:5.
Iba montado sobre una montura japonesa New Polaris, la hermana pequeña de la Super Polaris, que, después, sería copiada por una conocida empresa China, dando lugar a la montura EQ5.
La New Polaris era más sencilla; estaba dotada de buscador de la polar (para la puesta en estación con un poco más de precisión) y de un sencillo motor en ascensión recta, esto es, el eje que corrige el movimiento de rotación de la Tierra y que es el que provoca el aparente desplazamiento en el cielo del Sol durante el día y las estrellas durante la noche.
En declinación, las correcciones se realizaban “digitalmente”, es decir, con las puntas de los dedos de mi mano derecha normalmente.

Encima de este telescopio, como veis en la figura, se montaba un telescopio guía formado por un refractor de 60 mm de abertura y 910 mm de distancia focal, con un ocular reticulado. En aquella época, se colocaba una estrella próxima al objeto que se iba a fotografiar en el centro del retículo, se disparaba la cámara acoplada a foco primario del telescopio principal y, mirando por el telescopio seguidor, se iba corrigiendo «a mano», ya fuera con el mando del motor en ascensión recta o con el manguito del eje de declinación, de forma continua y sin levantar prácticamente el ojo del telescopio guía.
La distancia focal del telescopio guía (910 mm) debía ser superior a la del telescopio principal con el que hacíamos la foto o, si no, las posibilidades de éxito en la toma eran mínimas.
Pero, lo que es peor, la toma se realizaba con una cámara provista con carrete fotográfico de alta sensibilidad, de 800 a 1600 ISO habitualmente. La respuesta de la película nada tenía que ver con los actuales detectores digitales, ni en sensibilidad ni en linealidad, ya que la película fotográfica perdía rápidamente su potencial de captar luz, en lo que llamábamos defecto de reciprocidad.
Le dábamos al disparador de perilla y cruzábamos los dedos, mientras, sentados, nos disponíamos a hacer exposiciones de 30, 40, 50 o 60 minutos. Si la estrella se nos iba del retículo, por un golpe de viento, por una mala corrección (nos equivocábamos en el sentido de la corrección del motor o del eje de declinación) o cualquier otro motivo, la toma era desechada y, con ello, todo el tiempo que le habíamos dedicado.
Además, entonces, los que hacíamos fotografía nos alejábamos de los observadores de visual: justo al contrario de cómo es ahora la situación. No llevábamos ningún tipo de luz para evitar reflejos durante la toma (los observadores visuales solían llevar un frontal rojo para mirar las cartas celestes que se utilizaban entonces) y, además, habíamos recorrido muchos kilómetros para buscar cielos oscuros, porque, entonces, no existían los filtros antipolución o los filtros de banda estrecha que actualmente se utilizan en la astrofotografía con detectores digitales.
Ya podréis suponer que los resultados eran más bien pobres comparados con los actuales. Tan solo los objetos aparentemente grandes y moderadamente brillantes de la esfera celeste eran objetivo relativamente asequible. Fotografiar la Nebulosa de la Burbuja, el Casco de Thor o la Nebulosa de la Cabeza de Bruja era terreno de equipos semiprofesionales o profesionales.
Como curiosidad, podéis buscar imágenes tomadas en aquella época con grandes telescopios profesionales en libros, algunas de las cuales no pueden competir en calidad con las obtenidas con los actuales telescopios de astrónomos aficionados dotados con tecnología digital.
Si, durante la noche o noches que le habíamos dedicado a captar —con mucha suerte—media docena de objetos, no había más incidentes, volvíamos a casa esperando ir a la tienda de revelado y que de allí saliera una dispositiva o una copia en papel aceptable.
Mi tienda de confianza era (y sigue siendo) FOTO-VÍDEO LLEDÓ, actual colaborador de este Blog, en donde se cansaron de realizarle a un servidor revelados manuales para evitar dominantes (colores) de la película o cortes automáticos indeseados de la máquina de revelado entre fotograma y fotograma. Muchas películas eran reveladas con solo media docena de tomas y, a veces, esperábamos a tener una docena de tomas (quizás un par de meses) para revelar, y que los gastos no fueran tan astronómicos como solían ser.
De noches en vela, frío, porrazos nocturnos durmiéndome mirando una estrella en un ocular reticulado, malos humos por compañeros que pasaban cerca con sus luces rojas para no tropezar, algo sacamos.
Una fotografía de una galaxia
Puedo decir que una de mis mejores imágenes de aquella época es esta Galaxia de Andrómeda (Messier 31) desde el cielo del macizo del Penyagolosa, entonces, menos afectado por las luces de la ciudad de Castellón.
Recuerdo que aquella noche me dio para tres tomas, de 20, 40 y 50 minutos; no recuerdo el orden, pero las de menos exposición no tenían la finalidad de montar un HDR (entonces, no sabíamos qué era eso del alto rango dinámico), sino que la estrella guía se había ido del circulo iluminado y habíamos parado la toma. Afortunadamente, captamos un fotograma con FUJI 800 ISO durante 50 minutos con un seguimiento aceptable y aquí la tenéis.
En aquella época, la presenté a concurso, nada menos que al I Concurso Internacional de Imagen Astronómica (IAC, Cabildo Insular y A. Astronómica Palmera) y me dieron el segundo premio de la categoría.
Sin duda, un premio a decenas —quizás centenares— de noches bajo las estrellas. Pocos años después, con algún que otro premio más, dejaría la fotografía, con el salto al formato digital. Demasiadas luces, cables, software, ordenadores; era hora de disfrutar de la astronomía visual.
Otra fotografía, de la misma galaxia
Pero, actualmente, he vuelto a la fotografía, y lo he querido hacer con aquel mismo telescopio, montado en una montura más robusta y con las comodidades del autoseguimiento, en el que un ordenador y una sencilla cámara CCD lo hacen todo.
Como detector, utilizo una primitiva (unos 10 años de antigüedad) cámara digital Canon 400D desprovista del filtro de IR que aumenta su sensibilidad a la parte roja del espectro electromagnético, donde se sitúa la emisión de muchas nebulosas y zonas HII.

La cámara la sitúo también a foco primario de mi querido reflector y, lógicamente, perseguía una toma aceptable de la misma galaxia con el fin de comparar.
Contrariamente a lo que podéis suponer, no me ha sido fácil. Mi actual ubicación semiurbana en la población de La Pobla Tornesa nada tiene que ver con el cielo negro del macizo del Penyagolosa de 1997, y las condiciones de humedad tampoco me han acompañado en las capturas.
Finalmente, la imagen digital que os presento es el resultado de la suma de imágenes de dos noches diferentes, de las que considero mejores, aunque he probado varias noches más y en diferentes encuadres. Están apiladas con el programa gratuito Deep Sky Stacker y procesada, esta vez, con el programa comercial Adobe Lighroom 5. He intentado en varias procesar con PixInsight (uno de los programas comerciales que suelo utilizar) y también con PhotoShop CS3, construyendo HDR con imágenes de diferentes exposiciones, pero no he acertado con su resultado.
Como considero que es suficiente el tiempo invertido, pues os presento ya el resultado, sin quedar totalmente satisfecho. Claro, si lo que quiero es calidad descomunal, siempre puedo recurrir a esta imagen profesional impresionante de un trocito de 100 millones de estrellas del objeto:
http://www.spacetelescope.org/images/heic1502a/zoomable/
Pero, intentando sentirse satisfecho de los resultados, con unos años de diferencia, sois vosotros los que tenéis que juzgar los resultados. Hay que decir que la segunda está tomada cómodamente sentado tras un ordenador en el interior de mi casa y la primera tras el telescopio, a cielo abierto y pasando frio durante 50 minutos de inmovilidad tras un retículo iluminado.
Se puede pinchar en la imagen para ampliar la comparativa
Una galaxia muy muy cercana
La galaxia espiral de Andrómeda es una galaxia grande y agradecida de fotografiar, aunque presenta mucha diferencia de brillo entre el bulbo de alrededor de su núcleo, formado por una población estelar más envejecida, y la población de los brazos espirales, mas joven y azulada.
En el cielo, su diámetro angular aparente es de 3 × 1 grados y responde a un universo isla como nuestra propia galaxia, pero netamente mayor, de unos 250 000 años luz de diámetro y que se encuentra a unos 2,5 millones de años luz de distancia.
Eso quiere decir que, en las estrellas de la fotografía que estáis viendo, o si salís a observarlas en el cielo de otoño o primeras semanas del invierno, la luz que veis partió de ellas hace 2,5 millones de años.
En un cielo muy oscuro, es localizable a simple vista como una débil manchita nebulosa (precisamos de unos prismáticos para empezar a verla en todo su esplendor) en la Constelación de Andrómeda —de ahí su nombre— y, por lo tanto, es el objeto más lejano del universo que podemos ver sin ayuda de un instrumento óptico. Aun así, es nuestra vecina galáctica.
Posee dos galaxias satélites: Messier 32 de tipo E2, circular y cercana a M31, y Messier 110, mucho mayor, marcadamente elíptica, de tipo E5, y más separada de M31. Nuestra Vía Láctea también posee dos galaxias satélites: las Nubes de Magallanes, visibles a simple vista desde el hemisferio sur. En la fotografía, M32 está pegada a la galaxia en la parte central inferior derecha, y M110, más separada y de mayor tamaño, en la parte central superior izquierda.
A la derecha de la galaxia, podemos identificar el cúmulo abierto NGC206, como una de las «condensaciones» en sus brazos espirales. Se trata de una zona muy intensa de formación estelar, de solo 10 millones de años de antigüedad, donde se pueden identificar tanto zonas HII en el borde, como estrellas jóvenes y azules de tipos espectrales O y B, separadas por entrantes negros, que conforman zonas de polvo interestelar que absorbe la luz y configuran las zonas oscuras.
La Galaxia de Andrómeda no es una galaxia espiral, de tipo Sb, más; conforme vamos mejorando nuestros estudios de Andrómeda, hemos ido descubriendo que es una galaxia mucho más grande que nuestra galaxia, con, posiblemente, más de 400 000 millones de estrellas: como mínimo, el doble de componentes de nuestra Vía Láctea. Nuestra vecina aún nos aportará, sin duda, muchos nuevos descubrimientos, tanto en su estructura como en el estudio de poblaciones estelares y otros objetos interesantes; recordemos los recientes descubrimientos de GALEX en ultravioleta.
Aquellos interesados en identificar con más detalle zonas de esta galaxia tienen disponible en la base de datos ADS (SAO/NASA) la publicación «Hot, Luminous Stars in Selected Regions of NGC 6822, M31 and M33» de Massey AJ et al., 1995.
Además de ser nuestro vecino galáctico más importante, se mueve hacia nuestra galaxia a 300 km/s, por lo que, con unos sencillos cálculos, podemos saber que dentro de 5000 millones de años, para cuando nuestro Sol sea una enana blanca, nuestra enorme vecina colisionará con nuestra Vía Láctea, formándose una galaxia única mucho más grande.

Junto con la llamada Galaxia del Triángulo (Messier 33) y nuestra galaxia, conforman las galaxias principales de un grupo de unos 30 componentes, muchos de ellos satélites de las tres principales, llamado Grupo Local.
Podemos localizar un gran número de cúmulos globulares, nada menos que más de 450 (más del doble que los detectados en nuestra galaxia), que hacen suponer que la Galaxia de Andrómeda y su gran número de estrellas (que puede duplicar fácilmente la de nuestra galaxia) es el resultado de la acreción de otras galaxias más pequeñas en el pasado. El más brillante, que no entra en el campo de la foto, se denomina M31 G1 o Mayall II (Mayall & Eggen, ASP, 1953), con el doble de masa que «nuestro» Omega Centauri y está a 170 000 años luz del centro de Andrómeda.

El estudio de supernovas (Curtis, 1917) y estrellas variables cefeidas (Hubble, Mount Wilson, 1923) motivaron el llamado «Gran Debate» sobre las distancias de las llamadas entonces nebulosas espirales y su resolución, respectivamente. Con la Galaxia de Andrómeda, descubrimos que el Universo era un universo de galaxias y, además, en expansión desde hace unos 14 500 millones de años. Pero eso, es otra historia.
Espectacular! tengo una terrible duda! puede ser que Andrómeda haya girado apenas unos milímetros más hacia la izquierda? porque creo notar entre la primera foto y la segunda más actual.. al parecer está como más enroscada hacia la izquierda..
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¡¡Que gozada de articulo ¡¡ Que bien te entiendo¡¡
¡¡que tiempos ¡¡ .
He pasado un numero incontable de horas y durante años ,sufriendo frio, con el ojo guiñado y casi sin respirar para hacer fotos que hoy las realizas en menos del 1% de tiempo y con incomparables mejores resultados finales…cuando miras el resultado de tanto esfuerzo ,te llevas una decepción demoledora …pero entonces, recuerdas lo feliz que era mientras hacias » el gamba» y se me pasa 😉
Un abrazete galáctico, amigo.
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Que maravilla, así aprendemos un poco más para disfrutar de esas joyas que brillan en nuestros cielos, me resulta apasionante.
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