Las noches de los días con «un calor de perros»

Introducción a la observación astronómica. Primer contacto

En primer lugar, os pido disculpas por mi escasas publicaciones; desde principios de abril (más de 3 meses) no he podido realizar ninguna entrada por exceso de carga laboral, que no por falta de ganas de contar eventos y descubrimientos nuevos. Quienes me conocéis ya sabéis que no pararía de contar «cosas» del cielo, de la nueva carrera espacial, de los objetivos «clásicos» y nuevos de exploración – que estoy seguro nos deparan sorpresas profundamente interesantes en breve- y un sin fin de noticias vinculadas que se suceden sin parar.

Mi última serie de entradas se centraron en Marte, y seguro que en una de las próximas volveré sobre él, porque  también se acumulan las noticias sobre el planeta rojo, objetivo ya no tan lejano de nuestra especie, y que cuanto más conocemos, tanto más cercano y familiar se nos vuelve. Como decía C. Sagan, Marte «ha dejado de ser un puntito naranja en el cielo para ser un lugar» (gracias a la exploración).

Pero mi entrada de hoy es netamente práctica,  y un ligero empuje a la vez que propuesta, para todas aquellas personas que me he ido encontrado en mis actividades de «noches de estrellas», o en alguna charla o en algún evento de formación,  y que se acercan por primera vez a la observación del cielo estrellado con mucha curiosidad e interés, aunque pensando que es excesivamente complejo. Seguramente algunas de las personas de las que casualmente leen este modesto blog de divulgación, también son personas que están en esos momentos de interés por conocer el cielo, independientemente de su formación o nivel de conocimientos teóricos en algunas ramas de la astronomía. 

Y  qué mejor momento para animarse con la iniciación en la observación del cielo nocturno que recién inaugurados los llamados días de la canícula (la expresión «hace un calor de perros» viene de ahí), esas dos quincenas que en el hemisferio norte nos marca los días más calurosos del verano y que en la antigüedad estaba atribuidos a la presencia en el cielo (del alba) de la estrella más brillante del Can Mayor, Sirius, que a la postre es también la más brillante del cielo después de nuestra estrella.

En primer lugar decir que podemos disfrutar del cielo estrellado alejándonos de las ciudades y poblaciones relativamente grandes. Nos libramos de obstáculos que nos impiden ver parte del cielo y sobre todo de la polución lumínica, un fenómeno en ascenso que nos impide ver y estudiar el cielo, y que es un buen marcador de nuestra despreocupación por la optimización de los recursos naturales que empleamos en la iluminación.

Si veraneamos en un pueblo pequeño, lejos de las grandes urbes, estamos de enhorabuena, solo tenemos que andar quizás un par de kilómetros para disfrutar de un cielo algo parecido al que han observado todas las personas que han vivido antes de hace unos 100 años y miraban el cielo con asombro, con carácter inspirador o encomendándose a algo tan grandioso que antaño siempre le hemos atribuido algún poder sobre nuestras vidas.

Y es que el cielo estrellado, en una observación sencilla y en las condiciones adecuadas, sin importar si conocemos algunas constelaciones o estrellas, es una observación grandiosa, inspiradora, tranquilizadora y que todos los humanos deberíamos experimentar alguna vez en nuestras vidas.

Además el verano boreal nos trae la vista de nuestra galaxia, la Vía Láctea (también llamada por estas tierras, el «Camino de Santiago»), bien visible en el cielo, cruzando a primeras horas de la noche casi la vertical de nuestras cabezas, desde el horizonte Norte hasta el horizonte Sur, donde se encuentra el centro de la misma y la también máxima densidad de nebulosas y cúmulos al alcance de unos pequeños prismáticos. Pero vayamos por partes.

Lo primero para disfrutar del cielo es encontrar y llegar a un lugar oscuro para observar el cielo, y si es posible con pocas montañas grandes cercanas que nos tapen parcialmente algún horizonte. Que no existan viviendas rurales o de vacaciones cercanas con iluminación exterior también es importante. Nuestra pupila tarda hasta 15 minutos en dilatarse por completo y adaptarse a la oscuridad completa de forma óptima. Por tanto, olvidémonos del teléfono móvil, de tabletas o de linternas con luz blanca que además en los últimos años son especialmente brillantes por estar dotadas de led de alta intensidad.

Si precisamos luz, el accesorio ideal es una linterna frontal de cabeza, que disponga de luz roja. Son muy económicas en grandes superficies (y quizás pequeño comercio) y además nos dejan las dos manos libres, y eso, en la oscuridad, es especialmente útil a la hora de manipular objetos o consultar algún papel.

Si no encontráramos un frontal con led rojo, podemos recurrir al viejo truco de cubrir la linterna con celofán rojo sujetándolo con una goma elástica. Tendremos que darle varias vueltas al celofán, porque los leds son especialmente intensos, y precisamos un rojo lo más oscuro posible para evitar que afecte lo menos posible a nuestra pupila.

Después una silla reclinable sencilla, o incluso mejor una sencilla manta de las que se venden para camping/picnic (una parte está plastificada que es la cara que se pone en contacto con la tierra) y así nos podamos poner en posición totalmente horizontal, también nos ayudará para disfrutar de nuestro primer contacto con el cielo.

No olvidemos una buena chaqueta, porque aún siendo una de las noches de los días de la canícula, refresca y estamos a la intemperie, y la intención es de disfrutar de esos más de 3000 puntitos simultáneos que vemos en una noche oscura sin Luna, no de sufrir.

También bebida y cualquier cosa que nos proporcione cierta comodidad durante la sesión de observación, sin olvidarnos que los mosquitos ahora son capaces de arrancar piernas de un mordisco, serán cosas secundarias pero importantes  a considerar.

Naturalmente si la experiencia nocturna es compartida, especialmente con alguna persona que sepa apreciar que el silencio y los sonidos de la noche forman parte de este espectáculo, pues mucho mejor. Si la experiencia es bastante apartada de núcleos de población, la carga del móvil y la comprobación de cobertura para cualquier posible -pero poco probable incidente- también es buena idea. Ya sabes, esa rueda del coche que te mira mal desde que dijiste en voz alta que ya era hora de cambiar los neumáticos, puede querer pinchar precisamente esa noche.

Paso uno: ¿Y ahora qué?

Hemos elegido inteligentemente una noche sin presencia de Luna, cosa que podemos consultar casi en cualquier calendario de los de toda la vida, o buscar en Google un calendario con las lunaciones. La noche sin Luna  no tiene que ser exactamente con Luna nueva, puede ser con la presencia de una Luna de pocos días de edad, creciente (de forma que poco después de anochecer se oculté por el oeste) o con Luna menguante, que solo sale avanzada la noche, cuando quizás ya hemos decidido finalizar la sesión.

Es el mejor momento, lo tenemos todo preparado, no hay nubes, las estrellas asoman tras el crepúsculo, nos acomodamos y nos preparamos a disfrutar de la bóveda celeste. Un cielo azul oscuro nos anuncia una buena visibilidad. Disfrutemos de las primeras estrellas que aparecen. Algunas de ellas, especialmente brillantes pueden no ser estrellas si no planetas. Así por ejemplo, esta última quincena de julio tenemos por el horizonte Oeste el brillante planeta Venus (muy poco tiempo visible), y a finales de mes ya aparecen poco después de oscurecer por el horizonte Este, el planeta Saturno y poco después el brillante e inconfundible Júpiter.

Hay otras estrellas brillantes que también aparecen nada más caer la noche. Relativamente aún alta hacia el horizonte Oeste la anaranjada  Arturo (¡vaya no todas las estrellas son blancas!) y muy alta hacia el  Este y acercándose a nuestra vertical  conforme avanza la noche y se mueve el cielo, la blanco-azulada estrella Vega de la constelación de la Lira. Muy cerca de ella discurre la Vía Láctea, que con las estrellas Deneb (Cisne) y Altair (Águila) forman el asterismo estelar conocido como «Triangulo de Verano».

No os preocupéis si no las reconocéis en un primer momento, porque para ello normalmente tenemos que hacernos con un mapa estelar, un poco de paciencia y recurrir a trucos de alineaciones imaginarias para ir descubriendo las constelaciones.

El cielo debido al giro de la Tierra va cambiando, por tanto las constelaciones visibles también. También cambian con la translación de la Tierra alrededor del Sol, de una forma menos apreciable, pero que provoca que las estrellas y constelaciones que forman, adelanten unos 4 minutos sus salidas: las constelaciones de verano no son las mismas que las de invierno.

Además de esto, los planetas, cuyo nombre significa «errante » (entre las constelaciones) se van moviendo en el cielo con el cambio de las semanas, meses o años (no vamos a ver su cambio de posición en una noche), los gigantes gaseosos Júpiter y Saturno no muestran un movimiento perceptible en poco tiempo, pero el esquivo Mercurio -siempre cercano al Sol- y Venus, si que presentan un movimiento muy perceptible en pocas semanas e incluso pocos días.

La Vía Láctea empieza a alzarse cruzando nuestra vertical en la dirección Norte-Sur y es un espectáculo cada vez más difícil de apreciar debido a la polución lumínica. El cielo, aunque fue declarado bien inmaterial de la humanidad por la UNESCO, lo estamos perdiendo. Es una evidencia, no una opinión subjetiva.

Si queremos romper el silencio bajo las estrellas, os recomiendo hablar sobre lo distante de estos soles, sobre si puede haber vida en los muchos planetas que estamos descubriendo alrededor de estas estrellas, o sobre los tamaños y escalas del universo y nuestra insignificancia, fragilidad, pero increíble comprensión creciente del propio universo; son temas que nos dejan volar la imaginación, con atrevidas hipótesis que también son realizadas en la ciencia más «seria».

Además, las estrellas fugaces delta Acuáridas y las Perseidas, así como meteoros esporádicos (no pertenecientes a ninguna corriente o lluvia) nos pueden deleitar la velada, os recomiendo este enlace sobre la próxima actividad de las clásicas Perseidas o Lagrimas de San Lorenzo [3]. Los más pequeños, al ver una, pueden formular un deseo,… y quizás los más grandes también. Si queremos ser un poco menos románticos, podemos decir que son pequeños granos -de media apenas un milímetro-, restos de cometas y asteroides que al penetrar en la alta atmósfera de nuestro planeta, se desintegran dejando esa luz fugaz. Veremos solo las brillantes si la Luna está presente en el cielo.

Paso dos: la carta celeste

Nos hemos deleitado con una visión en conjunto de todo el cielo, pero ahora queremos empezar a reconocer las constelaciones, agrupamientos imaginarios de estrellas que básicamente nos han  llegado de las culturas griegas y romanas, así como algunos nombres de las estrellas brillantes, muchas llegadas a través de la cultura árabe. Precisamos en este momento de una carta celeste, un mapa de las estrellas para reconocer las principales constelaciones o asterismos, al menos inicialmente formados por las estrellas más brillantes.

Es divertido intentar identificar el agrupamiento y posteriormente intentar imaginar  la figura que representa, pero ya os avanzo que difícilmente reconoceremos en las agrupaciones las figuras que los antiguos veían en el cielo, salvo en unas pocas.

Hace años, lo habitual era hacerse con un planisferio móvil, que nos permite poner la hora y la fecha en una parte de un disco de cartón móvil, donde tras una ventana de plástico vemos un disco inferior que nos muestra todo el cielo visible en el momento de la observación. Yo sigo recomendándolo, aunque cada vez es más difícil encontrar uno y de cierta calidad ya que suelen ser excesivamente pequeños de diámetro la gran mayoría de los disponibles.

La segunda opción para obtener una carta del cielo es instalar en nuestro ordenador un programa de planetario, por ejemplo «Stellarium» [1], gratuito y excelente para comprender los movimientos del cielo, y muchas cosas más de las que no vamos a ocuparnos en esta entrada. Hemos hablado de él en alguna ocasión durante las entradas del confinamiento por la pandemia [2]. Podemos imprimir la carta del momento de la observación con facilidad. La ventaja de esta opción es que nos situará la posición de los planetas y de la Luna entre las constelaciones (si son visibles para el momento de la observación), cosa que resulta imposible en un planisferio móvil.

Existe una tercera opción, instalar en nuestro Smartphone o tableta, una aplicación (que también las hay gratuitas) que nos reconocen las estrellas y planetas presentes en el cielo gracias a la geolocalización, hora y fecha del dispositivo electrónico y los sensores inerciales permiten al programa conocer en la dirección que miramos.

Un gran inconveniente de esta tercera opción, la pérdida de cierta magia analógica que encontramos en nuestro esfuerzo en identificar las estrellas y constelaciones, que además nos brinda la posibilidad de recordar con más facilidad las constelaciones para sucesivas observaciones. Además tenemos el deslumbramiento que provoca el propio dispositivo, pues aún contando con el modo nocturno en muchos de estos programas (pantalla en rojo), el dispositivo electrónico se encuentra situado justo delante de nuestros ojos. Es por este motivo que no os voy a recomendar ninguno, pero que son fáciles de localizar con un par de búsquedas en Google.

Tras encender nuestro frontal rojo -poco intenso- y tomar el planisferio o la carta celeste en nuestras manos, la orientación de la misma es importante. Si nos encontramos de pie o sentados la orientación de la carta parece inicialmente menos intuitiva, pero si estamos tumbados la cosa se nos facilita enormemente. Normalmente la carta o el planisferio celeste tendrá impreso en los bordes los puntos cardinales, debemos de imaginarnos que la carta podemos colocarla sobre nuestras cabezas y estirar cada punto cardinal de la misma –como si fuera una imaginaria carta formada por un papel elástico- hasta cada horizonte correspondiente de la Tierra.

Y a partir de ahí, empezar por una zona del cielo para reconocer los asterismos formados por estrellas en los que los griegos vieron figuras de su mitología. Lo normal es empezar por el norte, localizar la Osa Mayor (el «Carro» o el «Gran Cucharón») y a partir de ella, la estrella Polar, la única estrella que no se moverá ni durante toda la noche ni durante todo el año, siempre está ahí, quieta, marcándonos el Norte y su altura la latitud del lugar de observación. Pensemos en los muchos exploradores, navegantes, aventureros, que se guiaron por esta estrella para orientarse. Es cierto, hace más de un par de milenios, no era esa estrella la que marcaba el Norte, pero eso es otra historia.

Diametralmente opuesta casi, la «W» de Casiopea. Si nos gusta la mitología y conocer detalles al respecto, nos podemos hacer con alguna guía celeste sencilla, que de paso nos hable de las estrellas y las nebulosas con brevedad y con facilidad. Si es para llevarla con nosotros al campo, lo ideal es que sea de pequeño formato. Tampoco os voy a recomendar ninguna, aunque como siempre, no me importará aconsejaros algunas de ellas si me consultáis por correo electrónico.

De las tres estrellas que conforman el « rabo » de la Osa Mayor (o mango del «cucharón») podemos encontrar -siguiendo su curvatura- la inconfundible estrella Arturo, suavemente naranja y muy brillante. Representa al ateniense Icario, la primera persona a la que el dios del vino le concedió el secreto de cómo hacer esta bebida y que acabó realmente mal por ello –y no por el motivo que os podéis imaginar en una primera instancia-.

Es curioso, pero precisamente esta estrella, era utilizada en la antigüedad para saber ciertas labores del campo relacionadas con el vino. NO es una casualidad, es una de las muchas utilidades de las estrellas, la orientación para la navegación, pero también el calendario.

Con paciencia, y haciendo saltos imaginarios entre las estrellas que conforman las constelaciones, podemos empezar a ir reconociendo las principales –formadas por estrellas relativamente importantes-, sin prisa. Ellas siempre van a estar ahí, y este camino es de lento recorrido para disfrutarlo plenamente y si es posible, en compañía.

Olvidaros de telescopios e instrumentos ópticos por el momento, o incluso de la fotografía, que tanto captura la atención de todos, por experiencia os puedo asegurar que querer ir con rapidez es causa muchas veces de frustración y de escaso disfrute que nos ofrece el espectáculo cada noche de la bóveda estrellada.

Felices noches estrelladas de días con un calor de perros.

Referencias:

[1] https://stellarium.org/es/

[2] https://cielosestrellados.net/2020/03/22/astronomia-en-tiempos-del-covid19/

[3] https://www.youtube.com/watch?v=qBjDekBNnXE&ab_channel=JmMadiedo

4 comentarios en “Las noches de los días con «un calor de perros»

  1. Que interesantes son sus observaciones. Desde hace 15 añis tengo una pequeña finca cerca de calar alto. Haciamos acampadas nocturnas cuando lis niñis eran pequeños. No tengo muchas nociones de astronomia pero era la primera vez q veia la via lactea sobre mi cabeza casi como si pudiera tocarla. Nunca olvidare esa noche

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