Cometas en el Cielo (I)

Cometas en el cielo (I)

K. Hosseini escribió una novela en 2003 de titulo homónimo que fue llevada a la gran pantalla unos pocos años más tarde. Todo lo que suena a celeste llama poderosamente mi atención, pero en este caso y para pequeña decepción mía, la película narra un drama sobre lo humano, y poco o nada sobre el universo de más allá de unos miles de kilómetros de altura sobre la superficie de nuestro planeta, donde la indiferencia con la que universo se muestra ante nuestras miserias, es abrumadoramente sobrecogedora -para posible desgracia del escritor brasileño P. Coelho-.

En una época en la que las miserias humanas eran posiblemente aún más acentuadas por nuestro retraso tecnológico respecto a la actualidad, los cometas en el cielo eran unos astros que provocaban asombro y miedo. Asombro porque su larga cabellera los convertía en ocasiones en espectáculos celestes, y miedo porque el desconocimiento de su naturaleza y periodicidad con la que aparecían en el cielo podía significar el designio de los dioses –que habitaban en los cielos- para que ocurriera algo en la Tierra –que habitaban los humanos-.

Durante una época, que contamos por milenios, los humanos miraban a los astros con asombro y con temor. Pero luego –hace pocos centenares de años- llegaron los científicos para estropearlo todo y con la sana intención de explicar el mundo, el universo, en base a la razón, a la lógica, a las leyes que escondía la naturaleza.

Con el nacimiento de la ciencia moderna y el método científico, se empezó a dudar que los cometas fueran quizás exhalaciones de gases de la Tierra hacía la atmósfera –en la versión Aristotélica- o quizás exhalaciones de los cuerpos moribundos, almas que escapaban hacía el cielo –en la versión más cristiana del lugar donde moran las almas-.

Kepler, el padre de las leyes del movimiento planetario, a principios del siglo XVII viajó a Praga para colaborar con Tycho Brahe –el mejor observador del cielo de la era pre-telescópica- para desentrañar la forma matemática en la que las estrellas errantes –los planetas- se movían entre las estrellas fijas. La relación inicial entre Kepler y Brahe, así como sus diferentes caracteres es digna de ser leída con calma (e invito al lector a que lo haga) y excede el contenido de esta entrada, pero lo cierto es que a la muerte de Brahe acontecida dos años tras la llegada de Kepler, este pudo disponer de todas las medidas detalladas de las posiciones planetarias y de estrellas medidas por el difunto y con ello confeccionar las «Tablas Rudolfinas» (1627, en honor al emperador Rodolfo II -benefactor de ambos-) donde recogería con precisión la posición futura de los planetas durante casi cien años, permitiendo con ellas el cálculo con éxito del tránsito de Mercurio (Gassendi, 1631) y de Venus (Horrocks, 1639).

Pero a diferencia de Kepler -que no me consta que reparara pausadamente en la naturaleza de los cometas-, Brahe les asignó una naturaleza cósmica después de la observación de un cometa en 1577 [1] y la ausencia de paralaje [2].

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Extraído de T. Brahe, 1603. De mundi Aetherei [1]. Fíjese en la órbita del cometa y de los demás cuerpos del sistema solar. Crédito: Commons

No se trataba de un pensamiento nuevo, Séneca ya dedicó en el libro séptimo de su Cuestiones Naturales, un planteamiento puramente observacional para  refutar al mismísimo Aristóteles: « los cometas aunque no se muevan por la eclíptica –por donde se mueven los planetas-, se mueven con regularidad majestuosa [durante semanas o meses incluso] y no se disipan al soplar el viento» [3].

Halley se interesó por la idea de que los cometas aparecidos en los años 1577, 1665 podían ser en realidad el mismo astro (la idea original se la comunicó J.D. Cassini en 1681 al propio Halley) y que uno de los cometas que había observado en 1680 y en 1682, podría ser nuevamente uno de los anteriores, siempre que se movieran en órbitas cerradas, elipses casi circulares quizás.

El contacto con el mismísimo padre de la Física moderna, Sir Isaac Newton, en el verano de 1684 fue muy importante para la historia de la ciencia, y el inicio de una fluida amistad para ambos. Newton reveló a Halley la naturaleza geométrica de una órbita que devuelve una fuerza que decrece con el cuadrado de la distancia [4], y Halley hizo todo lo posible para que el trabajo de Newton –que empezó una fructífera obra que culminaría con la edición de los «Principia» (1687)- fueran publicados por la Royal Society en su «Philosophical Transactions».

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Portada de «Principia» de I. Newton.  El más grande compendio de Física de todos los tiempos. Publicado gracias a E. Halley. Crédito: The original uploader was Zhaladshar de Wikisource en inglés. Commons.

Newton estudió todos los datos disponibles del cometa de 1680 –aparecido dos años antes del que Halley observó-, y que solo podían responder a una órbita –como las de los planetas enunciados por Kepler- pero con una elípticidad acusada, una elipse muy excéntrica o incluso una parábola. Su orientación respecto al Sol y la naturaleza de su brillo, fueron también dos aciertos más de Newton, que dejó a Halley absolutamente maravillado.

En los primeros años del siglo XVIII, Halley se sumergió en el estudio de las órbitas cometarias. Había tenido la ocasión y suerte de observar cometas brillantes en el cielo –lo que muy posiblemente motivo su gran interés por estos astros-, pero los había observado solo durante semanas o incluso pocos meses cuando se acercan al Sol desde los confines más allá de los planetas conocidos ¿pero eran elipses, parábolas, hipérbolas lo que describían cuando se alejaban?.

Comparó los elementos que definen las órbitas de los cometas de 1531, 1607 y 1682 y se dio cuenta que eran muy semejantes, con pequeñas variaciones que atribuyó a la atracción de los planetas Júpiter y Saturno como había sugerido Newton. Estos tres astros eran en realidad el mismo cometa. En 1705 publicó una obra en la que se atrevió a pronosticar que el mismo cometa volvería en la navidad de 1758.

Halley murió en 1742, y el cometa que observó en 1682 volvió en 1758. El cometa fue bautizado en su honor como el 1P/Halley, como casi todos los lectores conocerán.

Halley cambió la historia de los cometas, tal cual como los cometas habían cambiado la historia «reciente» de los humanos. Como muestra, por ejemplo, el enorme Tapiz de Bayeu , que relata la historia rey Harold de Inglaterra en 1066 –derrotado por los Normandos- cuanto avistó un cometa en el cielo.

En 1456 el cometa que posteriormente recibiría el nombre de cometa Halley, se vio en el cielo. El Papa Calixto III, pensó que era un mal augurio que le impediría reconquistar Constantinopla (la actual capital de Turquía)  en manos de los Turcos desde tres años antes. Bajo los «malos augurios» del cometa Halley, la ciudad serbia de Belgrado no cayó en manos turcas aquel verano, pero sí el verano de 1521, y Constantinopla nunca dejó de ser Turca.

Parece ser también cierta la angustia de Moctezuma II en México al observar en el cielo a principios del S XVI dos cometas en poco espacio de tiempo. Poco tiempo después, Hernán Cortes en 1519 no encontraría gran resistencia para conquistar el imperio Azteca con solo 600 hombres.

Existen más referencias históricas de relación entre los cometas en el cielo y los humanos, pero E. Halley cambió el curso de la historia de esta relación definitivamente.

Si te ha gustado, en breve escribo algo más…deja un comentario si te apetece, siempre son bien recibidos y animan a continuar escribiendo…

Referencias del texto:

[1] T. Brahe, 1603. De mundi Aetherei. http://adsabs.harvard.edu/abs/1603tbma.book…..B

https://www.loc.gov/resource/rbc0001.2013gen94796/?sp=209

[2] Definición de paralaje en Wikipedia. https://es.wikipedia.org/wiki/Paralaje

[3] C. Sagan & A. Druyan, 1985. El Cometa.

[4] I. Newton, 1684. De motu corporum in gyrum. http://www.newtonproject.ox.ac.uk/view/texts/normalized/NATP00089

[5] E, Halley, 1705. A Sinopsis of the Astronomy of Comets. https://www.library.si.edu/digital-library/book/synopsisofastron00hall

 

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